07 · 06 · 18 La primera película mexicana de horror: La llorona Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Alonso Díaz de la Vega @diazdelavega1 Alonso Díaz de la Vega Mucho antes de que aparecieran clásicos del cine de horror mexicano como Ladrón de cadáveres (1957) o El vampiro (1957) —ambas del director Fernando Méndez—, La llorona (1933, dir. Ramón Peón) abrió la puerta para este género de manera inusual: al tiempo que contiene lo sobrenatural y lo místico, la película es también un melodrama de época con elementos de romance. Así como cintas posteriores mezclarían el musical y hasta elementos del teatro de revista, La llorona es un entretenimiento popular que busca explorar todas las facetas posibles para atraer a su público. Aquel cliché de los antiguos tráilers sobre películas llenas de llanto, risas y otras emociones, fue más bien, para el cine mexicano, un estilo. La llorona lo sigue al incluir también momentos de humor, a pesar de que inicia con un asesinato. Después de oírse el grito fantasmal de una mujer —claramente el espectro del título y de la leyenda—, un hombre en una calle oscura cae y vemos su mano endurecerse en forma de garra. Es el anuncio de una película sombría pero pronto su estilo irá maleándose en distintas formas. Aunque se trata de una película que busca más entretener que explorar la forma cinematográfica o profundizar en ciertos temas, La llorona incorpora desde su segunda escena el conflicto entre la razón y la superstición. Después se habla de la sumisión de América ante Europa. El protagonista, un médico llamado Ricardo de Acuna (Ramón Pereda), sostiene que la muerte de la escena descrita es explicable mediante la ciencia. Hacia el desenlace, una escena establece a doña Marina, la traductora y amante de Hernán Cortés, como La Llorona original. Su historia de abandono y traición expresa el abuso de los conquistadores. Aunque La llorona no parece querer ligarlos, estos dos temas están relacionados porque el encuentro de Europa y América fue también el choque del racionalismo y un misticismo más antiguo. Las sociedades precolombinas vivían en un sueño de lo divino, interrumpido por la conquista. Sería una exageración sugerir que el fondo de la película se refiere a esto pero quizás inconscientemente lo haga. En el plano formal, el director cubano Ramón Peón introduce algunos elementos vistosos y muy expresivos. Un plano cenital toma una mesa en forma de trébol —un símbolo ineludible de la superstición— antes de la cena de cumpleaños de uno de los hijos del doctor De Acuna. Más adelante, en un pequeño gag que refleja los temas de la película, el abuelo del niño se sienta a la mesa para que no haya sólo trece personas sentadas en ella. En esa misma escena la cámara gira alrededor de la mesa para dar un panorama completo, como lo hará en una bella imagen final que captura el encuentro entre españoles y mexicas. Este tipo de movimientos de cámara era usual en el cine de Jean Renoir, que los usaba para darle un énfasis a la cámara como una especie de voz narrativa. Durante el combate con un asesino, Peón utiliza ángulos bajos muy atípicos y movimientos muy rápidos que acentúan la violencia. El conflicto en la trama viene cuando el abuelo le cuenta a De Acuna que su primogénito desapareció al cumplir cuatro años —la misma edad que cumple su nieto— y luego fue encontrado su cadáver en el jardín con una puñalada en el pecho. Para comprobarle al incrédulo De Acuna que se trata de una maldición que navega la sangre familiar, el abuelo le cuenta una historia de sus antepasados. Aquí una transición diagonal, como la vuelta de una página, nos lleva al pasado colonial, donde veremos peleas con espada, una boda, intriga. Es todo lo que necesitaba un melodrama de época para aspirar al éxito, pero además este episodio narra la historia de un hombre que provoca la ira de su amante y la muerte del hijo que tienen juntos. Devastada, la mujer se suicida encajándose un puñal en el pecho y se convierte en un espectro que grita de angustia. La Llorona. Ya de vuelta al presente comienzan a aparecerse las catacumbas típicas del género de horror y las sombras que enseñó al mundo el Expresionismo Alemán. Las exposiciones dobles abundan para crear el efecto de fantasmas que acechan a los protagonistas y una confrontación final revela el misterio para los personajes y sus espectadores. Aunque contiene elementos de muchos géneros, La llorona no deja de ser parte del cine de horror sino un fragmento esencial en su historia y en la del cine mexicano. El dominio técnico que demuestra no es nada menos que admirable, y su apego a la tradición folclórica y la historia de México es un signo de identidad esencial.