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La poética de Nuri Bilge Ceylan

Alonso Díaz de la Vega

La de Nuri Bilge Ceylan es una filmografía breve pero consistente. Desde 1997 no pasan más de cuatro años sin que el director turco estrene una nueva película o sin que ella represente una nueva búsqueda en el lenguaje cinematográfico. Heredero de Andrei Tarkovsky y Antón Chéjov —uno el gran cineasta de Rusia; el otro su gran dramaturgo—, Ceylan es una de las voces fundamentales del panorama contemporáneo. Su cine es una silenciosa reconstrucción de la monotonía que busca la maravilla cotidiana y los diversos significados del sosiego. Incluso sus películas más intensas se desarrollan más en los ratos muertos que en las explosiones de los gritos y la violencia pero la quietud no significa la paz sino la tensión de una cuerda que está por romperse.

Nuri Bilge Ceylan

Nuri Bilge Ceylan

Nuri Bilge Ceylan comenzó su carrera con una trilogía que tomó forma conforme se iba creando. Kasaba (1997), Nubes de mayo (1999) y Lejano (2002) narran la vida sin incidentes en los pueblos de Turquía y la desesperada misión de salir de ellos a la gran ciudad de Estambul. Ya desde la primera, Ceylan fungiría como director, editor y cinefotógrafo para definir todos los aspectos de su visión. Los temores de la infancia, las referencias metaficcionales y la representación de una Turquía rural evocan inmediatamente el cine de Abbas Kiarostami, y en específico su Trilogía Koker.

Es importante recordar que ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), del maestro iraní, resulta ser el producto del protagonista de Y la vida continúa (1992), pero éste es sólo un actor dirigido por alguien más en A través de los olivos (1994). En el caso de Ceylan, Nubes de mayo nos muestra a un director filmando una película muy similar a Kasaba e intentando lograr que su familia actúe. Al igual que en la trilogía de Kiarostami, en estas dos películas hay una evaluación de la angustia según la cual las preocupaciones de los niños son superadas por las de los adultos y las de éstos por las de los viejos. En Distante (2002) estelarizan Muzaffer Özdemir y Emin Toprak, dos actores de Nubes de mayo, en papeles muy similares a los de su aparición anterior. Aunque no hay alusiones tan claras a las otras cintas como en las de Kiarostami, Ceylan intenta algo similar y sugiere así su admiración por el cine del gran director iraní.

Nubes de mayo (1999, dir. Nuri Bilge Ceylan)

Nubes de mayo (1999, dir. Nuri Bilge Ceylan)

Pero el estilo del maestro turco cambiaría a partir de su siguiente proyecto, Los climas (2006), una dura historia de amor protagonizada por el propio Ceylan y su esposa, Ebru. Lo más inusual no sería la aparición a cámara del director sino su decisión de dejar las imágenes en manos de Gökhan Tiryaki, su director de fotografía desde entonces. Aunque los planos generales y las carreteras tan abundantes en los filmes fotografiados por Ceylan se mantendrían, Tiryaki introdujo más primeros planos, redujo la saturación de los colores y así resaltó el verano y el invierno como elementos simbólicos del auge y caída de una relación amorosa.

Estos elementos, junto con dramáticas composiciones de nubes y una iluminación llena de sombras, serían esenciales para Tres monos (2008), la siguiente película de Ceylan. Una tragedia familiar que resaltaría el tema del poder y sus abusos ya presente en Los climas, este filme narra la historia de un chofer que acepta la propuesta de su patrón, un político: decir que fue él quien atropelló a una persona y no su jefe. A cambio, el chofer recibe un generoso pago pero su vida se destroza como las olas en las piedras. Una tensa escena en la que el protagonista somete a su esposa nos remite a otra parecida en Los climas y expresa con brutalidad una evidente repugnancia por la violencia contra la mujer.

Los Climas (2006, dir. Nuri Bilge Ceylan)

Los Climas (2006, dir. Nuri Bilge Ceylan)

Aunque Ceylan dedicó Nubes de mayo a Chéjov, no sería sino hasta Sueño de invierno (2014) que decidiría adaptar su trabajo y crear una película distinta a las demás. Esto es más notorio al considerar que la anterior a ella, Érase una vez en Anatolia (2011), había desarmado las películas de detectives y reconstruido el género con algunos de sus restos. El resultado fue una historia donde lo más trivial revela lo más profundo y el misterio central se hace a un lado en favor de la contemplación. Al contrario de este filme, la acción en Sueño de invierno jamás se detiene y el diálogo tiene la significación que sólo un gran dramaturgo podría dotarle. Es un giro formal inesperado pero de ejecución genial que critica al artista burgués, abrumado por sus abstracciones mientras la pobreza se come a los más vulnerables. Temáticamente, al menos, parece el testamento de uno de los mayores cineastas de nuestro tiempo. ¿Estéticamente? Ya nos lo dirá en el futuro su última película.