12 · 04 · 12 Julio Alemán, la atracción del encanto Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Roberto Fiesco Julio Alemán no vivió la ‘época de oro’ de nuestro cine, aquella que tenía a México como el olimpo fílmico de Latinoamérica. En cambio su aparición en el cine a finales de los cincuenta lo insertó en una industria fílmica que para entonces carcomía sus propias estructuras y se desgastaba en un cine de géneros (western, comedia, aventuras, melodrama, etcétera), que curiosamente acabaría dando a Alemán las mejores oportunidades de su carrera. Su infancia en Morelia, donde su madre les daba de comer a él y a sus hermanos “guiada por las campanas de Catedral” y las actividades artísticas a las que su padre lo impulsó desde pequeño, sirvieron como antecedentes para un joven que, a fuerza de colarse a los ensayos de obras teatrales, lograría su primera oportunidad como actor de la mano del director Xavier Rojas en la obra Corazón arrebatado en 1954. Su inicio en el cine no tardaría mucho más, su apostura y naturalidad lo llevarían pronto a compartir créditos con Pedro Armendáriz, Libertad Lamarque o Arturo de Córdova y también a figurar en los seriales baratos de los Estudios América, algunos de pretendido terror y muchos más de vaqueros. “Nunca tuve que tocar la puerta de un productor para pedirle trabajo”, dice ahora el actor. Sin embargo, sí tuvo que asistir a un largo proceso de audiciones para convencer a Ismael Rodríguez y Ricardo Garibay, director y guionista, de que podía ser ese Martín del Hierro, guiado por una sed de venganza que se vuelve locura y muerte, en Los hermanos del Hierro (1961), acaso el western crepuscular perfecto, y quizás una de las mejores películas del cine mexicano en toda su historia. Durante el resto de la década, Alemán, siempre en plan estelar, llegaría a realizar hasta ocho películas al año, erigiéndose en el actor joven por excelencia, capaz de perturbar el cinismo de una bien vivida María Félix en Amor y sexo (Luis Alcoriza, 1963), o de voluptuosos símbolos sexuales como Isabel Sarli en La diosa impura (Armando Bo, 1963), o Libertad Leblanc en La perra (Emilio Gómez Muriel, 1966). Sin olvidar sus incursiones como héroe romántico, a través de su encarnación del inolvidable buen hijo trabajador y defensor de su madre postiza negra, Albertico Limonta, en El derecho de nacer (Tito Davison, 1966), y el recio Juan del Diablo en Corazón salvaje (Tito Davison, 1967), sin duda los melodramas más acendrados en el inconsciente colectivo latinoamericano, territorio donde adquirió una enorme popularidad gracias a su presencia constante en las pantallas y sets de toda América, que incluyeron al inolvidable agente secreto Alex Dínamo, de S.O.S. Conspiración Bikini y ¡Peligro ! Mujeres en acción (René Cardona, 1966 y 1967), versión local de James Bond, en un cine que expandía sus fronteras y mercados para mayor alarde de su supremacía basada en actores como Alemán, dispuestos a proveer a sus personajes de ese dejo entrañable y encantador en cada una de sus creaciones. Antes de terminar los sesenta, coronaría su carrera con otro personaje en un western mucho más influido por la corriente europea que dominaba el género, El Tunco Maclovio (Alberto Mariscal, 1969), que habría de alejarlo por completo del arquetipo de galán donde parecía encasillarse. Ausente a partir de la estatización de la industria cinematográfica en los setenta, Alemán alcanzaría a apadrinar a la generación de Juan Guerrero (Mariana, 1967), Manuel Michel (Patsy, mi amor, 1968), y Juan Manuel Torres (Diamantes, oro y amor, 1971), en su debut en el largometraje, relevos de enorme importancia frente al anquilosamiento de nuestra industria. Hoy, lamentablemente alejado del cine, aunque no de la actuación, Julio Alemán ha sabido construir una prolongada carrera basándose en su eficacia actoral y en su siempre memorable presencia en los géneros más diversos, asumiendo las veleidades de un medio siempre carnívoro, pero otorgando a sus personajes una nueva mirada proveniente de ese rostro dúctil y profundamente simpático para todos los públicos de América Latina, que han encontrado en él al justiciero, al galán de las mujeres inalcanzables, al superhéroe con disfraz y capa, e incluso al más frágil de los hombres, que sólo puede ser redimido por el amor de una bella actriz. El 6° Festival Internacional de Cine de Morelia homenajea a Julio Alemán a través de la exhibición de algunas de sus películas más representativas y mediante la próxima edición de un libro conmemorativo que da cuenta de la brillante carrera de este actor michoacano.