
Explorando los matices del género: EL AROMA DEL PASTO RECIÉN CORTADO de Celina Murga
Luego de su estreno nacional en el 22° Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), llega a la Cineteca Nacional a partir del 4 de abril El aroma del pasto recién cortado, el más reciente largometraje de la cineasta argentina Celina Murga.
La cinta producida por Martin Scorsese ahonda en las complejidades del deseo, el amor y las relaciones familiares a través de las historias de Pablo (Joaquín Furriel), un profesor universitario casado y con dos hijos, quien comienza un romance secreto con una estudiante, sin imaginar las consecuencias, y Natalia (Marina de Tavira), también profesora universitaria, casada y con dos hijas, que inicia un romance secreto con un estudiante. Dos historias que se intercalan, reflejando las experiencias de un hombre y una mujer enfrentando el dilema de sus decisiones.
El FICM tuvo la oportunidad de entrevistar a la directora y los protagonistas, quienes hablaron de la intención detrás de la película, el proceso de interpretación de los actores y las discusiones que la historia genera sobre las relaciones humanas desde la perspectiva de género.

FICM: Celina, a lo largo de tu trayectoria también has realizado documental. ¿Qué tan distinto es, desde tu experiencia como directora, dirigir un documental y hacer una ficción como esta?
Celina Murga: No es tan distinto, la verdad. De hecho, hice un solo documental después de haber realizado dos ficciones, y mi intención con ese documental fue jugar con ciertas zonas de cruce entre la ficción y el documental. Porque el tipo de ficción que me gusta hacer se basa mucho en observar la realidad, en captar lo sutil, lo pequeño, aquello que está ahí, pero no se ve. Ese drama que se construye a partir de los silencios y lo no dicho, y no necesariamente desde la estridencia del conflicto puesto en escena con todas las luces, digamos.
La verdad es que pasar de un lado al otro ha sido muy simple. Extrañamente, me sentí mucho más libre filmando documental que ficción porque había algo que no tenía que controlar. Y como soy bastante controladora, en el documental no podía ejercer ese control, lo que me dio mucha libertad. Pero después, en cuanto a la puesta en escena y la forma de mirar a los personajes, siempre fue bastante similar.
FICM: Marina, Joaquín, desde su experiencia como actores, ¿cómo fue trabajar con Celina? Porque entiendo que, durante la conferencia de prensa, Marina comentó que las indicaciones eran muy distintas para cada uno.
Marina de Tavira: Bueno, fue interesante porque hicimos dos películas que en realidad son la misma, ¿no? Trabajar con Celina fue un ejercicio de habitar el mundo de la sutileza, lo cual no es fácil. El tiempo de ensayo para mí fue muy valioso, muy interesante y de mucho crecimiento. Me permitió entender y ponerle el cuerpo a la experiencia.
Es una película que habla de muchas cosas al mismo tiempo y de una manera muy particular. No busca la literalidad en los temas que aborda, sino que, por el contrario, invita al espectador a involucrarse y a acompañar la historia con su propia humanidad. Para poder interpretarla, yo también tuve que hacer mi propio trabajo. Fue una experiencia hermosa.

Joaquín Furriel: Sí, para mí también fue una experiencia muy bella. Creo que Celina trabaja mucho con la idea de que, en el cine, pensar ya es expresar, casi como si buscara neutralizar la voluntad de expresión. A lo que me refiero es que, como actores, y más aún quienes hacemos mucho teatro, solemos tener una voluntad expresiva, una proyección. Y aquí, en cambio, era necesario evitarla por completo, porque en la vida cotidiana no vamos por ahí expresando todo lo que pensamos o sentimos.
Parece algo obvio, pero a veces se nos escapa. Y ella cuidaba muchísimo eso. Todo el tiempo te llevaba de regreso a la capacidad de estar, que es casi la primera lección en actuación. También fue muy inteligente al no imponernos su perspectiva de género de manera explícita. Creo que eso fue muy acertado, porque en la vida real tampoco somos siempre conscientes de esas cuestiones cuando vivimos ciertas situaciones. Tal vez sí cuando negociamos un salario, pero no necesariamente cuando decidimos desear o no desear a alguien.
FICM: Celina, ¿desde el principio tuviste la intención de marcar esta distinción de género en la historia? ¿Cuáles fueron tus motivaciones para escribir esta historia?
Celina Murga: Sí, la idea de trabajar sobre las diferencias y posibles similitudes entre los géneros fue el germen de la historia. Desde el inicio, la intención fue: ¿por qué no contar una misma historia desde la perspectiva de un hombre y de una mujer?
Justamente, quería poner en escena esas diferencias, pero también aquello que nos puede acercar. Buscaba encontrar una zona de matices en la que los personajes no se definieran únicamente por las diferencias de género más evidentes, sino que también estuvieran atravesados por emociones, actitudes y singularidades menos obvias.
No queríamos que la distinción entre hombre y mujer quedara en un lugar estereotipado. Por eso, en ningún momento le dije a Marina: Natalia hace esto porque es mujer, o a Joaquín: Pablo hace esto porque es hombre. Sin embargo, en el guion, un porcentaje muy alto de las escenas están atravesadas por esas dinámicas. Se perciben en los hogares, en los trabajos, en las aulas, en todas las escenas.

Además, no solo los personajes de Natalia y Pablo reflejan estas cuestiones, sino que otros personajes, hombres y mujeres, también accionan en función de los roles de género que todos interpretamos, con mayor o menor conciencia. Pero no quería subrayarlo de manera explícita. Es un tema que está en el guion, en las escenas, en cómo se comportan y se relacionan los personajes entre sí. Por eso, no hizo falta que desde la actuación o la puesta en escena se remarcase.
Con Marina y Joaquín hablamos muchísimo sobre estos temas. Gran parte del trabajo fue conversar sobre nuestras propias experiencias de vida en relación con estas situaciones. Pero no había una intención de imponer un discurso o de evidenciarlo de manera didáctica. Creo que eso es lo que hace que la película se sienta cercana al espectador, porque está en esa zona de matices donde cada quien puede identificarse.
FICM: Finalmente, Marina y Joaquín, después de interpretar a estos personajes, la película plantea reflexiones sobre el amor, el deseo e incluso la manera en que se relacionan con la familia. ¿Cuáles fueron sus reflexiones personales tras haberlos interpretado?
Marina de Tavira: Creo que, al momento de vivirlo, simplemente me puse ahí. No lo reflexioné en el instante. No soy madre, pero sí entendía lo que implican las relaciones largas. Había muchas cosas personales con las que podía trabajar, así que simplemente me entregué a la experiencia.
Diría que mi verdadera reflexión vino después, al ver la película. Ahí fue cuando realmente empecé a entender muchas cosas: cómo se experimenta el cuerpo, cómo es habitarlo siendo mujer o siendo hombre en determinada edad, cómo se vive la vergüenza, cómo reacciona una pareja engañada... Pero todo esto lo comprendí con claridad al ver la película.
Me gusta la idea de los grises porque creo que el patriarcado es un sistema, no simplemente una cuestión de hombres y mujeres. Es un sistema en el que todos estamos inmersos. Y aunque, sin duda, hay muchas violencias y desventajas que afectan a las mujeres, también hay aspectos del otro lado que reflexionamos poco. Creo que la película, en su sutileza, los pone sobre la mesa.
Joaquín Furriel: Me quedo con lo que dijo Marina. A mí me pasó lo mismo con la película, fue como hacer foco en un tema en el que nunca antes había reparado de esa manera.
Tengo una hija que en su momento fue muy militante en las marchas por la ley del aborto en Argentina. Así que, mientras ensayaba y filmaba la película, sentía que estaba recorriendo mi propio territorio machista. Crecí con una educación que, en muchos sentidos, me formó en ese modelo de masculinidad. Y hacer esta película me obligó a estar en un estado de conciencia constante sobre el tema.
Después, al ver la película, percibí la cantidad de sutilezas que tiene. Hay detalles mínimos, como una escena en la que el decano le ofrece a Pablo un Palito de la Selva (una golosina muy común en Argentina). Es un gesto simple, pero refleja una complicidad de género. Hay muchos momentos en la película que hablan de eso, y si uno está atento, se da cuenta de que en el día a día también es así. Para mí, ese proceso fue revelador.