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Entrevista con Carlos Bonfil: El ojo y sus narrativas

Editada por el Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), esta publicación incluye una filmografía recomendada del cine surrealista de los años 20 hasta nuestros días.

Los autores que aportan su mirada a este libro son: Javier Espada, Aurelio de los Reyes, Alicia Sánchez Mejorada, Olga Sáenz, Gustavo García, Volker Rivinius y Carlos Bonfil, crítico mexicano que conversó con el FICM al respecto.

FICM. ¿Cómo influyó el movimiento surrealista en el cine hecho en México?

Carlos Bonfil: En el libro El ojo y sus narrativas, cine surrealista desde México se plantea que la identificación más inmediata con este movimiento artístico en nuestro país es la obra de Luis Buñuel, en específico con la película Un perro andaluz (1929), la expresión más depurada del surrealismo. Las películas de Alejandro Jodorowsky, o alguna escenas de La fórmula secreta (1965), de Rubén Gámez también se identifican como surrealistas.

Además de ello, la gente empezó a entender como surrealismo todo aquello que salía de la expresión tradicional del cine lineal, aquel que estaba invadido por los sueños o el inconsciente, o que resultara extravagante o estrafalario. Se confundió así el cine fantástico con el cine surrealista, incluyendo la película Dos monjes (1934), de Juan Bustillo Oro, considerada por él mismo como una película de corte expresionista.

Hay que tener mucha precaución a lo que se define como cine surrealista para no trivializar el concepto, aplicándolo a todo lo que resulte extraño. A veces se considera que las películas de El Santo tienen elementos surrealistas, pero no lo creo así. Tienen elementos jocosos, kitsch o de humor involuntario, pero no surrealistas.

FICM: ¿Cómo afectó México al movimiento surrealista?

Carlos Bonfil: Luis Buñuel supo capturar muy bien en sus películas los comportamientos de la burguesía mexicana, particularmente en Él (1953), El ángel exterminador (1962), e incluso en El discreto encanto de la burguesía (1972). En su momento, presentar esas conductas de una manera tan descarnada resultó altamente subversivo, una denuncia sobre la doble moral y la hipocresía. Más allá de elementos estéticos, el surrealismo de Buñuel está relacionado con el cuestionamiento a los valores morales de una sociedad, y que mantiene a lo largo de toda su filmografía. Para definir bien al surrealismo hay que entenderlo, primero, como un rechazo a la moral burguesa.

FICM. ¿Qué incluye su ensayo sobre La edad de oro en el cine surrealista?

Carlos Bonfil: Es un ensayo que busca señalar que el surrealismo tuvo una presencia dominante en la cinematografía por muy poco tiempo, a pesar que se ha catalogado un gran número de películas con este adjetivo. El surrealismo se reduce a unas cuántas obras, estrictamente al cine de Buñuel.

Intento explicar de dónde venía este movimiento vanguardista antes que se definiera como surrealismo y que, finalmente, retoma Buñuel. El cine de René Clair o de Germaine Dulac empiezan a tener elementos surrealistas, pero las películas abierta y netamente surrealistas suceden durante un periodo muy breve de cinco o seis años, a finales de los veinte y principios de los años treinta. Después se trata de presencias desarticuladas de lo que fue una fuerza artística tan subversiva que provocó que grupos de conservadores incendiaran las salas de cine o arremetieran contra los espectadores porque consideraban estas películas como una agresión a sus valores y a la religión.

FICM: ¿Cuáles son las imperdibles del cine surrealista?

Carlos Bonfil: Él, Subida al cielo (1952) y El ángel exterminador, de Luis Buñuel; El topo (1970) y La montaña sagrada (1973), de Alejandro Jodrowsky.