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Entrevista a César Augusto Acevedo en el 13º FICM

La 13ª edición del FICM cuenta con la presencia del director César Augusto Acevedo, cuya película La tierra y la sombra (2015) fue reconocida en el Festival de Cannes con la Cámara de Oro, la Semana de la Crítica con el SACD Award, el France 4 Visionary Award por la Revelación como Director y el Grand Rail d’Or, que es el premio del público. Entrevisté a este genial director sobre su aproximación al cine como poesía y como una vía de exploración de las dimensiones humanas. Una cinematografía concebida como un acercamiento a los otros y una forma de ampliar nuestras apreciación de otros mundos.

César Augusto Acevedo en el Conservatorio de las Rosas. César Augusto Acevedo en el Conservatorio de las Rosas.

La tierra y la sombra (2015) es un filme poético que me atrapó por completo. Sé que es un proyecto de lenta cocción que te llevó varios años, ¿cómo fue este proceso?
C.A. Fueron ocho años. Empecé a escribirla a los 19 años. Surgió a raíz de un dolor personal por la muerte de mi madre, como que esa película fue la única forma que encontré de hacerle frente al olvido y de recuperar a los seres que amaba a través del cine. A los 20 años ya tenía el guión casi completo, la estructura, el conflicto, los personajes… pero esos personajes - a pesar de que en la película no hay muchos diálogos - no lograban comunicarse, no lograban hablar. De cierta manera, al principio yo encerré todos mis fantasmas en esa casa y no podían conectarse porque sus ausencias pesaban mucho. Fue un proceso de muchos años de reescritura, de aprender a tomar distancia y aceptar que muchas de las cosas que yo estaba buscando en un principio se habían perdido. Luego pasé cerca de cuatro años buscando financiación con mis productores Burning Blue. de Colombia. Fue un proyecto que afortunadamente ganó muchos premios a nivel nacional e internacional en muchos festivales, a nivel de guión y de producción. Lo grabamos en producción con cuatro países más, además de Colombia, que fueron Chile, Francia, Brasil y Holanda.

He hablado con algunos otros directores y directoras que han trabajado proyectos de largo tiempo de realización, y hablábamos que tomar el tiempo preciso en proyectos tan personales ha afectado al resultado. ¿Tú sientes que haber tomado este largo tiempo contribuyó de cierta forma?
C.A.  Sí, yo sí creo. Si yo hubiera logrado hacer la película cuando tenía 21 años habría sido muy distinta porque tenía mucho que aprender sobre el cine y sobre la vida. Todos esos años me sirvieron para trabajar en otras películas, en cortos. Estuve construyendo mi mirada y eso es muy valioso porque el cine es una búsqueda constante y uno se demora en entender los proyectos, en saber lo que quiere uno decir. Yo estudié Comunicación y Periodismo y, aunque en la escuela había un énfasis en audiovisuales, trabajé diez años en distintos proyectos que me sirvieron mucho. Porque esto uno lo aprende viendo cine, estudiándolo y sobre todo con las manos: empezar desde los cargos más chiquitos, cargando luces, llevando los cafés e ir subiendo. Hacer dirección de foto y luego escribir y dirigir. Me sirvió para saber cómo funciona el rodaje, para entender que el trabajo de todas las personas en una producción es valioso y también ir planteando mis propias preguntas.

Además de meter las manos y trabajar en tu trayectoria, habrá alguna otra forma que tuviste de acercarte y aprender del cine.
C.A. Sí, pero yo no tengo una relación romántica con el cine. No me acuerdo de la primera película que vi... (risas) Ninguna película me marcó, así que yo dijera ‘quiero hacer esto’, simplemente descubrí el poder de ese lenguaje en el cual, de cierta manera, cuando uno ve una película se siente más humano y enriquece su experiencia sobre la vida, sobre el mundo. Y lo más bonito que he aprendido con esto es la oportunidad que da este oficio de acercarse a otros y compartir, que no es pararse detrás de una cámara y oprimir REC, sino que es la oportunidad de conocer al otro y dejar atrás tanta indiferencia. Esa ha sido una parte muy importante de mi formación y del proceso de investigación.

La casa dónde transcurre la película resulta un personaje importante también en este filme. ¿Tiene que ver contigo de alguna forma o cómo la eliges?
C.A. Esa casa la busqué durante muchísimo tiempo, pero ya no quedan muchas: el monocultivo arrasó con casi todas las fincas. Entonces lo que hicimos al final fue buscar el árbol en una tierra privada porque los ingenios azucareros, obvio, no querían que se hiciera la película. No nos iban a dar permiso de grabación. Así que el lugar donde está la casa, eso es tierra de caña de azúcar: nosotros la cortamos y la hicimos desde cero, teniendo en cuenta los requerimientos narrativos pero también técnicos. Es una película muy pictórica, había que llenar la casa de objetos, tener el color exacto en las paredes y pensar cuál iba a ser el movimiento de cámara para mostrar esa distancia entre los cuerpos y los sentimientos. Así la diseñamos, pues desde el guión ya estaba planificada la especialidad de este lugar y ya con todo el equipo la diseñamos, pues cada uno decía que iba a necesitar y la construimos. Dos días después de acabar el rodaje tocó tumbarla y la casa solo vive en el cine y otra vez tiene caña de azúcar.

Te agradezco mucho esta conversación, César, felicidades por esta maravillosa película y estaremos pendientes de los proyectos que vengan.