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Carlos López Moctezuma: El arte de lo perverso

Corre el año de 1949, la industria fílmica mexicana se encuentra en un punto álgido con una producción ascendente y múltiples publicaciones, noticieros cinematográficos y programas de radio que promueven esa bonanza y sus creadores. En ese contexto, la revista Cinema Reporter publica en su número 553 un amplio reportaje dedicado al exitoso actor Carlos López Moctezuma Pineda, en la que se afirma: "Durante once años Carlos López Moctezuma ha hecho los más interesantes ‘malditos’ del cine nacional. La cuestión es ésta: ¿Cómo puede provocar tanta aversión una persona desde la pantalla?"…

Carlos López Moctezuma | FOTO: Filmoteca UNAM
Carlos López Moctezuma | PHOTO: Filmoteca UNAM

Y es que el actor, hijo de un funcionario de Ferrocarriles Nacionales, nacido en la Ciudad de México un 19 de noviembre de 1909 y fallecido a los 70 años un 14 de julio de 1980 en Aguascalientes, entraba con pie derecho como malvado, desde su primera aparición cinematográfica en Dos cadetes, filmada en febrero de 1938, dirigida por René Cardona, con la participación de Fernando y Julián Soler, Sara García y la hija de ésta, María Fernanda Ibáñez, en un año en el cual el carismático actor debutante aparecía en siete películas más con una tendencia a los papeles de villano.

Aunque el cine no era un espectáculo tan popular al inicio de los años veinte, época en la que se aseguraba que “La muchacha que quiera novio”, tenía que usar el dentífrico de moda: Brillantín Tenorio, el pequeño Carlos a sus 11 o 12 años, destinaba cada centavo que caía en su bolsillo, a las funciones en luneta del cine de su barrio. Ahí, en la oscuridad de esas salas creció su gusto por las situaciones, gestos o diálogos que veía y escuchaba en la pantalla y, más tarde, alrededor de los 19 años, ingresaba al grupo teatral de vanguardia, “Orientación”, a cargo de Celestino Gorostiza. Hizo sus primeros papeles junto a Isabela Corona y entre 1932 y 1936 participó en las afamadas compañías de personalidades como: Virginia Fábregas, Julio Villarreal, María Teresa Montoya y la de Fernando Soler, quien le ofrece su primera oportunidad fílmica en la citada Dos cadetes.

De Bellas Artes y el Teatro Orientación, pasó a los foros cinematográficos y, muy pronto, se percató que una mirada torva, una expresión de maldad en su rostro, una sonrisa cínica y su voz estentórea, apoyado además en su impresionante fortaleza física, lo llevarían a transformarse en el villano por excelencia de nuestro cine por encima de otros grandes como: Miguel Inclán, Rodolfo Acosta o Víctor Parra, debido a la enorme cantidad de personajes antagónicos que representó. Y es que, a partir de Canaima (dir. Juan Bustillo Oro, 1945), encarnó al hombre de facciones duras y alma terrible: el “Tigre de Yuruarí”, personaje perverso enamorado de “Maygualida” (Gloria Marín) defendida por el héroe romántico y duro que componía Jorge Negrete, al lado de otras figuras siniestras como: Alfonso “El Indio” Bedoya (Cholo Parima) y Gilberto González (el Sute Cúpira). Así, la maldad puesta al servicio de cada uno de los personajes que interpretó terminó por trastocarse en su mayor virtud: figuras repletas de matices perturbadores y, al mismo tiempo, fascinantes y repulsivos. Imposible olvidarlo como el latifundista criminal “Regino Sandoval”, papel con el que obtuvo el Ariel a Mejor Actor, un endemoniado cacique que exige violencia, tierra, poder y derecho de pernada en Río Escondido (dir. Emilio Fernández, 1947), enfrentado a la bravía profesora rural protagonizada por María Félix. A la misma María le hizo la vida imposible con sus bajos deseos sicalípticos en Maclovia (dir. Emilio Fernández, 1948), en su papel de sargento “Genovevo de la Garza”, cuya lascivia es en sí el tema de la cinta, en la que intenta mancillar el honor de la heroína y a su humilde pretendiente Pedro Armendáriz.

De nuevo, como feroz amo y señor rural enfrentó a Arturo de Córdova, Stella Inda y Pedro Armendáriz en El rebozo de Soledad (dir. Roberto Gavaldón, 1952) e hizo ver su suerte a María Antonieta Pons y a Armendáriz en Konga Roja (dir. Alejandro Galindo, 1943) y a Rosario Granados en el thriller urbano La huella de unos labios (dir. Juan Bustilllo Oro, 1951). Y sobre todo, al niño José Luis Moreno en el filme de ambiente barriobajero, Pata de palo (dir. Emilio Gómez Muriel, 1950), donde amenaza con dejarlo ciego y a su vez desea seducir a la hermana del chamaco que encarna Lilia Prado. A mediados de los cincuenta, el actor abandonó en buena medida la villanía aunque todavía mostró cierto lado perverso en su papel del “General Fierro” en la serie de cintas dedicadas a Pancho Villa protagonizadas por Pedro Armendáriz. Además de algunas intervenciones importantes en películas extranjeras filmadas en México como: Los orgullosos (dirs. Yves Allegret y Rafael Portas, 1953) con Michele Morgan y Gérard Philipe —en la que participó también su esposa Josefina Escobedo— y ¡Viva María! (dir. Louis Malle, 1965) con Jeanne Moreau y Brigitte Bardot, López Moctezuma tuvo algunas brillantes intervenciones como hombre de bien en Padre nuestro (dir. Emilio Gómez Muriel, 1953), preocupado por el derrumbe moral de sus vástagos.

Asimismo, en Campeón sin corona (Alejandro Galindo, 1945) como el “Tío Rosas”, manager del arisco boxeador “Roberto ‘Kid’ Terranova” que encarnó David Silva. Y sobre todo, en Felicidad (1956), de Alfonso Corona Blake, inspirada en una obra teatral de Emilio Carballido, donde interpreta a un triste y avejentado profesor, casado y con hijos, que consigue enamorar a una joven empleada (Gloria Lozano) de la Secretaría de Hacienda que despierta en él deseos que consideraba perdidos. Aquí, López Moctezuma es un burócrata ingenuo, patético y noble, que en los meses previos a su retiro se ve inmerso en una encrucijada moral que colapsa su vida y de aquellos que lo rodean, en uno de sus mejores trabajos para la pantalla grande, de los múltiples en los que participó llevando con orgullo el estigma de villano.