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Carlos Diegues (1940-2025) y BYE BYE BRASIL

Con enorme tristeza me entero del fallecimiento de uno de los más notables y sensibles cineastas de Latinoamérica: el brasileño Carlos Diegues (Maceió, 1940-Río de Janeiro, 2025). El carnaval, las favelas, la pobreza, la prostitución, el futbol la samba, el bossanova dejaron de ser un folclorismo pintoresco para convertirse en tópicos y testigos de una realidad imperante a mediados de los años sesenta. Y es que los problemas cotidianos de aquel Brasil tomado por la dictadura militar provocaron una renovación fílmica y el surgimiento de jóvenes cineastas que pasaban del cineclubismo y la crítica de cine a la realización. Glauber Rocha, Carlos Diegues, Leon Hirzman, Joaquim Pedro De Andrade, Ruy Guerra y otros más, inspirados en Río, 40 Grados (1955), una obra sencilla y fresca realizada por Nelson Pereira Dos Santos, lanzaban al mundo el llamado cinema novo brasileiro.

Carlos Diegues

Desde su debut con el corto Escola de samba, alegria de viver (1962), Carlos “Cacá" Diegues exploró en filmes como Ganga Zumba, A grande cidade, Xica da Silva o Lluvias de verano, el principal problema del subdesarrollo: la subsistencia, así como la crónica solidaria de la miseria brasileña, sus mitos y raíces culturales, cuya obra maestra es esa metáfora tan lúdica como brutal que es Bye Bye Brasil (1979), estrenada en México durante la Muestra Internacional de Cine en 1982; citada, por cierto, en el documental Retratos fantasma (2023), de Kleber Mendonca.

En aquel noviembre de 1982 yo tenía 23 años, iba a la mitad de la carrera de Comunicación en la UAM Xochimilco, trabajaba en el Departamento de Programación de Cineteca Nacional y vivía con mis padres, quienes me acompañaron a aquella función en el cine Internacional, ya que en marzo de ese año la Cineteca de Churubusco y Tlalpan pereció entre las llamas. Al encenderse las luces yo era otro; la película me dejó una extraña y profunda sensación de felicidad y tristeza que no olvido. Bye Bye Brasil trastocó mi manera de entender el cine y mi concepción social del mundo: el filme de Diegues era un relato alegre en apariencia, exuberante y reflexivo que auguraba una nueva civilización. Un sueño de prosperidad económica, cultural y sexual que derrochaba optimismo, dedicado a los marginados del Brasil de 1980; en palabras del director: "el adiós a los cangaceiros y al paraíso tropical".

Bye Bye Brasil (1980, dir. Carlos Diegues)

Bye Bye Brasil narra el viaje físico e interior de la Caravana Rolidei integrada por el mago Lord Gitano (José Wilker), la sensual Salomé (Betty Faria) y el musculoso negro, Andorinha, artistas errantes con un espectáculo paupérrimo, que a bordo de su destartalado camión llevan un poco de entretenimiento a los sectores más pobres de los diversos pueblos brasileños que no tienen acceso a la televisión. A ellos se unen Cico (Fabio Junior), menesteroso acordeonista de la zona del sertao, y su mujer embarazada, Dolores (Zaira Zambelli), obsesionado con Salomé. Por indicaciones de un camionero, intentan cruzar la Transamazónica para llegar a Altamira; una suerte de paraíso inexistente, y a Brasilia, que se erigía como la tierra de las oportunidades. En su recorrido observan la pobreza, la ignorancia, el abuso, la enajenación televisiva, la devastación ecológica, la destrucción de la civilización, pero también la esperanza y el ingenio de la población brasileña, al tiempo que sobreviven timando o recurriendo a la prostitución. Encuentran sitios donde coexisten miseria y abundancia, exhibidores de cine que recorren los pueblos, indios del Amazonas que intentan mantener su dignidad, embaucadores, fábricas flotantes, contrabandistas, funcionarios públicos corruptos o trabajadores sociales; una extraña fauna social que enmarcaba el país de entonces que se preparaba para el llamado milagro brasileño que nunca llegó como ocurrió con todos los pueblos de Latinoamérica incluyendo México.

A fines del 2021 le mostré Bye Bye Brasil en DVD a mi hijo. Estaba tan fascinado con la cinta que no se percató que cuando corrían los créditos finales y la dedicatoria: “Al pueblo brasileño del siglo XXI”, yo no paraba de llorar y me abrazó con fuerza. Yo no podía hablar de la emoción y el sentimiento y cuando pude articular palabras le expliqué que ese llanto era por todo aquello que me generaba y recordaba esa película en aquel momento particular de mi vida en 1982.

Mi padre vivía y compartía conmigo todo. Yo tenía entonces un optimismo desbordado por la vida y el país. Estaba enamorado. Era feliz en la universidad e imaginaba un futuro promisorio, no tanto económico, sino profesional y amoroso: una compañera, hijos, un México y un mundo mejor, más ordenado, equitativo y libre. La realidad fue otra, aunque por supuesto, cargada también de múltiples instantes felices con la llegada de mis hijos y la escritura. Al ver la película de nuevo cuatro décadas después entendí la atemporalidad de ese filme y que el concepto de felicidad se encuentra en los detalles más simples y fugaces, como el momento en el que Lord Gitano consigue que caiga “nieve” en el interior de su ajada carpa o la manera en que consuela a la anciana que pregunta por sus vástagos. Y es que Bye Bye Brasil es un relato universal y conmovedor; una vigorosa lección fílmica, social, musical y política. Después de su exhibición en la Muestra de 1982, la Cineteca la proyectó en su nuevo conjunto ubicado en la llamada Plaza de los Compositores y más tarde, el empresario Carlos Amador la estrenó el 24 de enero de 1986 en sus Telecines Palacio Chino B y Majestic, lanzándola como otra de las tantas cintas procaces y semiporno que exhibía en aquellos años.

Carlos Diegues, que recién nos ha dejado, recorrió con sus actores y técnicos más de 15 mil kilómetros, cruzando tres de las cinco regiones del país. Soportaron las lluvias torrenciales que destruían las brechas en el Amazonas, o la sequía del sertao en el nordeste de Brasil. 

Como en toda película suya, la música juega un papel fundamental como ocurre en sus filmes: Tieta (1996) y Orfeo (1999). Por ello, la bellísima banda sonora de Roberto Menescal y el tema musical homónimo interpretado por Chico Buarque resultan una fascinación extra como lo es la utilización de Para Vigo me voy de Ernesto Lecuona, Duerme con Xavier Cugat, o Blanca Navidad con Bing Crosby, en éste sensible, crudo y hermoso retrato de una realidad; la misma que cambió el optimismo del Cacá Diegues de ese momento por otras experiencias más amargas y realistas como sería su propia versión de Orfeo.