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Alain Guiraudie: Los rumores de lo normal | Primera parte

 

Alonso Díaz de la Vega

Este texto fue publicado originalmente en la Revista Correspondencias. Edición Especial FICUNAM-TV UNAM.

Es irónico que aunque el sonido es uno de los protagonistas de la publicidad de salas cinematográficas, los espectadores raras veces le prestan atención genuina. Las cadenas de exhibición nos prometen salas con equis y números en el nombre, y sistemas de bocinas que nos harán vivir las películas, como si sentirlas en el cuerpo lo fuera todo. Pero lo que hacen estas técnicas es afectar no tanto a la audición como al tacto. Las explosiones de autos y aviones se sienten en el pecho, en las piernas, pero el sonido es tan fuerte que el espectador se siente golpeado no por una puerta arrancada sino por una distorsión.

 

Alain Guiraudie Alain Guiraudie

 

El sonido, en esos casos, no es más que un efecto tan manipulador como las composiciones visuales, y por supuesto musicales, que anuncian al monstruo en buena parte del cine de horror. Son fáciles, son obvias y son inmediatas. Peor aún, a veces el sonido cinematográfico disfraza la realidad. En la mayor parte del cine comercial —no nada más en Hollywood sino en todo el mundo— el campo, la cafetería, la calle, suenan a conversación. Escuchamos las voces de los personajes pero apenas si se oye el mundo donde se paran. La realidad se suspende para que ellos puedan hablar y el espectador pueda escucharlos. A lo mucho se manifiesta una música que subraya las emociones actuadas.

Incluso grandes autores han tomado este tipo de decisiones y en su intento por enfatizar el dramatismo se olvidaron de la autenticidad. Robert Bresson lo recomienda, aunque al mismo tiempo sugiere el énfasis en lo sonoro: “Si el ojo está conquistado, no le des nada o casi nada al oído. Y viceversa: si el oído está conquistado, no le des nada al ojo. Uno no puede ser al mismo tiempo todo ojos y todo oídos” [1]. Tal vez porque se suele conquistar sólo el ojo el espectador medio no se fija en el sonido que hace —o que debería hacer— la realidad cuando la manifiesta el cine.

Desde los años 2000, una serie de coincidencias ha llevado a algunos cineastas a recuperar mediante el sonido la presencia de lo natural. Han vuelto en extrañas ensoñaciones el viento entre los follajes y el chirrido de las cigarras. Bruno Dumont, Apichatpong Weerasethakul, Naomi Kawase, João Pedro Rodrigues, Albert Serra, Carlos Reygadas, Alain Guiraudie. Sus películas se suelen situar en bosques y en páramos donde la figura humana no es intrusa sino fragmento de una presencia absoluta. Los silencios de la voz resaltan entre las canciones de insectos y árboles que anuncian, en unos casos, la divinidad; en otros se trata del mundo mismo comulgando consigo en una ceremonia sin fin. El de estos directores es un cine cuyo sonido intenta evocar la naturaleza tanto como las imágenes. Descendientes de Carl Theodor Dreyer, Robert Bresson, Andrei Tarkovski, Abbas Kiarostami, ellos han reencontrado la presencia de la humanidad en el pasto y la tierra, aun cuando nuestras ciudades secuestran centenas de campesinos a diario. A ninguno se le puede considerar realista pero sus estilos reflejan de manera tan fiel los ritmos de la realidad que sus películas parecen testimonios de lo imposible: en un estanque en Tailandia un pez parlante le hace el amor a una princesa; en la Francia rural un niño y un excéntrico detective perciben un sutil apocalipsis. Experiencias reales o fantásticas, los sonidos del chapoteo y del mediodía rumoroso las hacen creíbles.

Entre estos directores Alain Guiraudie me parece singular. No por su reunión de humanos, animales y plantas. Como ya lo expliqué, no es el único cineasta contemporáneo en buscarla. Tampoco me lo parece por su forma de recrear la música de bosques y lagos. Guiraudie es peculiar por su manera de representar la sexualidad humana como un corolario del placer natural. Con esta descripción muchos espectadores podrían pensar que se trata de un estilo tímido y romántico: énfasis en las caricias, gemidos sutiles, imágenes delicadas sin genitales, cuerpos atléticos y heterosexuales. Esto es lo que hace el cine más visto y el que forma las expectativas de la mayoría. Pero Guiraudie es un director fuera de la norma. Todavía más: Guiraudie está en busca de redefinir lo normal.

En la próxima entrega de esta serie, Alonso Díaz de la Vega hará un recorrido por la filmografía de Alain Guiraudie, probablemente el director gay más reconocido  en el cine francés contemporáneo.

[1] Robert Bresson, Notes on the Cinematograph, Estados Unidos, NYRB Classics pp. 36