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AL MOTOCICLISTA NO LE CABE LA FELICIDAD EN EL TRAJE: una reflexión sobre la vanidad generosa y la incomodidad de filmar

Un hombre se sienta orgulloso sobre su hermosa moto que nunca prestará a nadie. Está seguro de que sólo él puede explorar la selva. Al motociclista no le cabe la felicidad en el traje (2021), cortometraje de Gabriel Herrera, es este comentario lúdico sobre la dinámica entre el hombre y la máquina, la realidad y la representación, la guapura y el cine, el pasado y el presente.

Ganador del Ojo a Cortometraje de Ficción en el 19° Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), Al motociclista no le cabe la felicidad en el traje es uno de los trabajos que se presentará en una función especial del FICM en la 61ª Semana de la Crítica del Festival de Cannes.

El FICM tuvo oportunidad de hablar con su director acerca de las motivaciones detrás de la realización del corto, como la exploración de la ofrenda de la guapura como una vanidad generosa y la agresividad de filmar. 

Al motociclista no le cabe la felicidad en el traje: una reflexión sobre la vanidad generosa y la incomodidad de filmar


FICM: Cuéntanos cómo tuviste tu acercamiento a este tema de la guapura. Leímos en algunas entrevistas que a partir de un espectáculo de motociclistas se abrió la puerta a la historia. 

Gabriel Herrera: La parte anecdótica es esto que ya mencionaste: un encuentro que tuvimos ahí con motociclistas fuera de México. Alguien me estaba ofreciendo una belleza que yo no tenía las herramientas para entender y lo interesante de eso era que justo porque yo no sabía entender lo que me estaba siendo ofrecido, había ahí como una especie de prueba de que lo que se me estaba ofreciendo era genuino, era de "a devis", porque claramente no estaba para adaptarse a mi gusto, o para adaptarse a mi cosmovisión. Me parece una idea provocadora en el sentido de que, primero, te obligaba a entender la vanidad o un tipo de vanidad como un acto de dar y no como un acto interesado. Alguien que ofrece algo porque cree que lo lo representa como él quiere representarse y no como los otros están esperando que sea representado, por lo tanto, ese algo que se ofrece no está demandando, o sea, no es un acto interesado en el sentido de demandar la atención de los otros para conseguir algo. Es todo generosidad en el sentido de ofrecer algo que consideras valioso según tus propios criterios: ofrecerte a ti mismo, tu guapura, lo que tú consideras tu propia guapura. Eso me parecía interesante, me parecía una idea provocadora. Y regresando a México me quedé con la cosa, la cosquilla de investigar esta sensación, esta especie de contradicción, de esta como vanidad generosa. Y me pareció que esa idea se volvía clave para navegar el problema de la otredad en un país con tantas capas y estratos sociales y raciales. Es decir que en lugar de partir de juzgar la belleza del otro, más bien partes de verla a través del hecho de que te es completamente ajena, pero en esa cosa como alien de la otredad hay algo de ternura, porque esa otredad se está ofreciendo bajo sus propias reglas y se está ofreciendo a ti. Entonces me parecía un espacio interesante para explorar mis propios problemas aquí y el propio hecho de filmar, lo agresivo que tiene el hecho de filmar y lo problemático que es este asunto de ir a buscar belleza en todos lados como cineasta; la dimensión colonizadora de eso. 

FICM: Me llama la atención que mencionas lo agresivo que tiene el acto de filmar, ¿por qué agresivo?

GH: Porque cuando uno va y filma, uno establece qué es lo que es bello y digno de ser filmado, a partir de qué y en relación con qué, y en general el que filma pertenece a un estrato social, racial, cultural que muy a menudo es distinto a la realidad que filma. En realidad siempre. La película siempre es como un explorar algo que no eres tú. Eso está lleno de peligros. Y en ese sentido un cine que está tratando de establecer lo que es bello, está siempre de alguna forma invadiendo la dignidad de los otros, porque el cineasta lo está estableciendo, no lo que está ahí enfrente. Entonces ahí hay un problema que a mí me interesaba, porque me causa problema filmar viniendo de donde vengo, siendo como soy y teniendo la historia que tengo; siempre hay algo que me hace cortocircuito cuando cuando filmo.

FICM: Me gustaría también hablar del viaje que ha hecho este cortometraje. Recientemente en la Berlinale. Cuéntame cómo ha sido el paso de este cortometraje en estos distintos festivales internacionales y cómo ha sido recibido. 

GH: Afortunadamente es un corto que tuvo o ha tenido muy buena vida festivalera, es el primer trabajo que yo hago que tiene ese grado de difusión, y eso se debe en buena medida a que haya quedado primero en la Berlinale y después que otros festivales conocidos lo seleccionaran y lo programaran, como el Festival de Morelia. Eso evidentemente hace una gran diferencia para el viaje del corto. La recepción del corto, quisiera pensar que como con cualquier trabajo que es de naturaleza un poquito más experimental, es ambidiestra: hay gente muy entusiasmada, hay gente que no sabe por dónde agarrarlo y hay gente a la que abiertamente no le gusta. Y uno como cineasta va aprendiendo también a navegar esa reacción y tratar de ver lo que uno realmente hizo y qué tanto se acerca a lo que uno piensa y siente. 

Es un corto que tuvo muy buena vida. Lo que en nuestro caso hizo una diferencia fue que un distribuidor tomara el corto desde el principio. Entonces, gracias a que había un distribuidor detrás y el distribuidor sabía cómo era un trabajo de este perfil, el corto realmente llegó a lugares a los que nunca habría llegado: Berlinale, Toronto, Sundance, Morelia, como que tuvo realmente un viaje creativo que para mí fue muy bueno, superó mis expectativas con mucho sentido de difusión. 

FICM: ¿Para un cortometraje es fácil conseguir a un distribuidor? Me imagino que en términos de industria, los cortometrajes la tienen un poco más difícil.

GH: Es complicado, sí. A mí nunca me había pasado y en este caso pasó por suerte, porque se presentó primero en la Berlinale y ahí un distribuidor se interesó. Yo creo que no es fácil como cortometrajista tener un distribuidor. En este caso pasó por una serie de coincidencias afortunadas, pero también creo que como cortometrajistas quizás nunca pensamos en ese factor.

FICM: Me llama la atención que te mencionas como cortometrajistas e incluso haces esta distinción en el universo del cineasta. ¿Consideras que el cortometraje tiene sus particularidades a las que vale la pena volver aunque ya hagas largos?

GH: Creo que en general yo no hablaría ni de cortometrajes ni de largos, ni de medios ni de videoarte ni de nada, sino esencialmente de cine, y cada formato fílmico tiene su propio lenguaje, su propia poética y sus propias capacidades. Definitivamente los largometrajes no son lo mismo. Este rollo de utilizar el cortometraje como una plataforma para saltar al largometraje me parece de las cosas más terribles. Adoro, siempre he adorado el formato y espero seguirlo haciendo y seguirlo explorando, porque para mí se pueden hacer cosas ahí que ningún largometraje te va a permitir hacer, no por un asunto de mercado, sino por un asunto de la poética interna del formato y el tipo de lenguaje que se necesita decir. A mi juicio, no puedes usar el lenguaje fílmico que usas para un largometraje y la estructura narrativa en un cortometraje. Es otro universo.