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La denuncia y la búsqueda: el cine mexicano de los setenta

Alonso Díaz de la Vega

Discutiblemente, no hay un periodo tan rico en subversiones como los sesenta y setenta del siglo pasado. Rodeadas por la segunda ola del feminismo, las protestas estudiantiles y la amenaza de la guerra nuclear, las sociedades se debatieron entre la tradición y el cambio. El cine optó por ambas direcciones pero es indudable que las piezas más memorables del periodo son las que abordaron lo nuevo.

En los sesenta, con la aparición del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM, el Primer Concurso de Cine Experimental y películas de Alejandro JodorowskyAlberto IsaacArchibaldo Burns y Rubén Gámez, el cine mexicano se encaminó a una distinción estética revolucionaria. En los setenta aparecieron películas que continuaron esta tendencia y añadieron una crítica moral de la nación, acaso tan vigente hoy como entonces ante las dimensiones de nuestros problemas sociales. En el decimosexto Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) un programa se dedicará a recordar algunos de los mayores filmes de este periodo, ligados en cierta medida por sus representaciones de una sociedad patriarcal en crisis.

Canoa (1976, dir. Felipe Cazals)

Canoa (1976, dir. Felipe Cazals)

Ya sea el despiadado sacerdote de Canoa (1976, dir. Felipe Cazals) o el poderoso saltabanco de El rincón de las vírgenes (1972, dir. Alberto Isaac), en estas películas nos encontramos con figuras masculinas que se apoderan de comunidades enteras para satisfacer sus convicciones pero sobre todo su ambición personal. En El principio (1972, dir. Gonzalo Martínez Ortega) un hombre desprecia a su hijo por sus aspiraciones artísticas y, en un arrebato de machismo, desata una purga contra todos sus enemigos en el pueblo. Entre ellos está un Sansón ennoblecido que se niega a ejercer la violencia como un hábito y cae ante la crueldad de un contrato social despiadado.

Aunque en Los albañiles (1976, dir. Jorge Fons) los personajes más poderosos son los patrones en una construcción, un viejo velador muestra que sufrir la opresión no anula los propios deseos de violentar a otros. Interpretado con una maestría grotesca por Ignacio López Tarso, este personaje hace repugnantes monólogos sobre la virilidad que demuestran el arraigo del machismo en la sociedad mexicana. Un momento climático evocará al Don Carmelo de Miguel Inclán en Los olvidados (1950, dir. Luis Buñuel) y mostrará la continuidad de una crítica que aún es necesaria. En otros momentos, como su escena inicial, la película evoca a Hitchcock con un asesinato filmado desde la perspectiva del victimario. Con esta imagen el director Jorge Fons muestra las ambiciones estéticas del cine de los 70 que veremos en otras películas.

La pasión según Berenice (1975, dir. Jaime Humberto Hermosillo)

La pasión según Berenice (1975, dir. Jaime Humberto Hermosillo)

La pasión según Berenice (1975, dir. Jaime Humberto Hermosillo) también abre con una imagen impactante: una casa en llamas donde un caballo relincha horrorizado. En complejas composiciones visuales y una secuencia en la que el fuego onírico se vierte en la realidad, el filme presume la destreza de Jaime Humberto Hermosillo, así como su visión contestataria que aquí denuncia el enclaustramiento de una mujer obligada a cuidar de su tía y que más adelante lo llevaría a abordar la homosexualidad en Doña Herlinda y su hijo (1985). Pero antes de eso Arturo Ripstein sacudió a la sociedad mexicana con su sórdido retrato de la transfobia en El lugar sin límites (1978). El personaje de Manuela, interpretado por Roberto Cobo, se identifica como mujer y despierta el deseo de un hombre que a la vez cede a él y lo rechaza en una escena donde Manuela baila para él. Cobo hace una interpretación brillante al sincronizarse con la música mientras es capturado en una sola toma.

Estas películas son duras exploraciones de sus temas. Su tono oscila entre la tragedia y el melodrama pero una cinta más de esta programación alivia la pesadumbre con su agresivo sentido del humor. Dirigida por Luis AlcorizaMecánica nacional (1972) es una caricatura que en su título deja entrever sus temas mediante un juego de palabras. Más que tratarse de un mecánico y el viaje que hace con su familia para ver la Carrera Panamericana, el filme observa con sorna los rituales de la sociedad mexicana. Las dinámicas de la familia y los métodos de seducción emergen en personajes que simbolizan todos los ámbitos: de los pobres a los ricos y también los extranjeros. La aguda sátira de Alcoriza no perdona a nadie.

En esta variedad se recoge mucho de lo que ha sido el cine nacional desde que se estrenaron estas películas: una denuncia y una búsqueda que se encuentran con nuestro lenguaje, con las omisiones del pasado y la persistencia de los errores. En muchos sentidos, más que una serie de imágenes, se trata de una voz.

 

 

Discutiblemente, no hay un periodo tan rico en subversiones como los sesenta y setenta del siglo pasado. Rodeadas por la segunda ola del feminismo, las protestas estudiantiles y la amenaza de la guerra nuclear, las sociedades se debatieron entre la tradición y el cambio. El cine optó por ambas direcciones pero es indudable que las piezas más memorables del periodo son las que abordaron lo nuevo.

En los sesenta, con la aparición del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM, el Primer Concurso de Cine Experimental y películas de Alejandro Jodorowsky, Alberto Isaac, Archibaldo Burns y Rubén Gámez, el cine mexicano se encaminó a una distinción estética revolucionaria. En los setenta aparecieron películas que continuaron esta tendencia y añadieron una crítica moral de la nación, acaso tan vigente hoy como entonces ante las dimensiones de nuestros problemas sociales. En el decimosexto Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) un programa se dedicará a recordar algunos de los mayores filmes de este periodo, ligados en cierta medida por sus representaciones de una sociedad patriarcal en crisis.

 

La pasión según Berenice (1975, dir. Jaime Humberto Hermosillo)La pasión según Berenice (1975, dir. Jaime Humberto Hermosillo)

 

La pasión según Berenice (1975, dir. Jaime Humberto Hermosillo) también abre con una imagen impactante: una casa en llamas donde un caballo relincha horrorizado. En complejas composiciones visuales y una secuencia en la que el fuego onírico se vierte en la realidad, el filme presume la destreza de Jaime Humberto Hermosillo, así como su visión contestataria que aquí denuncia el enclaustramiento de una mujer obligada a cuidar de su tía y que más adelante lo llevaría a abordar la homosexualidad en Doña Herlinda y su hijo (1985). Pero antes de eso Arturo Ripstein sacudió a la sociedad mexicana con su sórdido retrato de la transfobia en El lugar sin límites (1978). El personaje de Manuela, interpretado por Roberto Cobo, se identifica como mujer y despierta el deseo de un hombre que a la vez cede a él y lo rechaza en una escena donde Manuela baila para él. Cobo hace una interpretación brillante al sincronizarse con la música mientras es capturado en una sola toma.

Estas películas son duras exploraciones de sus temas. Su tono oscila entre la tragedia y el melodrama pero una cinta más de esta programación alivia la pesadumbre con su agresivo sentido del humor. Dirigida por Luis Alcoriza, Mecánica nacional (1972) es una caricatura que en su título deja entrever sus temas mediante un juego de palabras. Más que tratarse de un mecánico y el viaje que hace con su familia para ver la Carrera Panamericana, el filme observa con sorna los rituales de la sociedad mexicana. Las dinámicas de la familia y los métodos de seducción emergen en personajes que simbolizan todos los ámbitos: de los pobres a los ricos y también los extranjeros. La aguda sátira de Alcoriza no perdona a nadie.

En esta variedad se recoge mucho de lo que ha sido el cine nacional desde que se estrenaron estas películas: una denuncia y una búsqueda que se encuentran con nuestro lenguaje, con las omisiones del pasado y la persistencia de los errores. En muchos sentidos, más que una serie de imágenes, se trata de una voz.