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Damien Chazelle: la sorpresa en lo familiar


En muchos sentidos, Guy y Madeline en un banco del parque (2008), la primera película dirigida por Damien Chazelle, resulta sorprendente, pero si la vemos después de habernos sentado frente a Whiplash: Música y obsesión (2014) y La La Land: Una historia de amor (2016), el resultado es una revelación todavía más impresionante: Chazelle es una especie de contrabandista.

Damien Chazelle Damien Chazelle

En su documental A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies (1995, dir. Martin Scorsese, Michael Henry Wilson), el maestro estadounidense habla de varios tipos de cineastas que trabajaron en su país antes que él. La categoría de los contrabandistas incluye, por ejemplo, a Alfred Hitchcock, que integró un complejo lenguaje cinematográfico en películas populares que, además, escondían una moralidad más desafiante de lo que la audiencia hubiera pensado. Chazelle podría ubicarse entre este tipo de cineastas, considerando que su primer largometraje es radical en su estilo y su narrativa, y que sus películas posteriores serían generosas con el público masivo sin dejar de mostrar su vasto dominio formal.

En buena medida Guy y Madeline en un banco del parque contiene todos los elementos importantes en la filmografía de Chazelle: la música —específicamente jazz—, la historia de un amor frente a la crisis y una nostalgia por formas abandonadas de hacer arte. Esta fijación con el pasado se refleja en un estilo casi documental, muy similar al de las primeras películas de John Cassavetes. La cámara siempre se coloca al hombro, el color está ausente y los rostros, desmaquillados e imperfectos, abarcan la pantalla. De no ser porque a veces los personajes comienzan a cantar las letras de Chazelle, musicalizadas por Justin Hurwitz, uno podría pensar que está viendo Sombras (1958), de Cassavetes.

El vuelco que dio Chazelle con su siguiente filme, Whiplash —inspirado en su cortometraje del mismo nombre—, le trajo un éxito inmenso. La película ganó dos premios en Sundance y más adelante consiguió cinco nominaciones a los premios Oscar, de las cuales ganó tres. Con un estilo más preciso que en su debut, Chazelle creó en Whiplash un inusitado filme de suspenso donde lo más explícitamente violento es un choque en auto. En el resto del metraje, la tensión se crea a partir de las imágenes de su protagonista intentando alcanzar la perfección en la batería, mientras que la velocidad de la edición se sincroniza con su ritmo y manipula a la audiencia con una destreza comparable a la de un Brian De Palma. No sobra decir que la película es, además, un reflejo de la vida de su creador, que intentó ser también un baterista durante la secundaria y tuvo un profesor en quien se basó el ya consagrado personaje de J.K. Simmons.

Aparte de músico, Chazelle quiso ser cineasta desde una edad muy temprana. Terminada la secundaria —y con ella sus sueños de ser baterista—, Chazelle entró a Harvard y conoció a Justin Hurwitz, que compondría la música para todas sus películas y con quien comenzó a planear su proyecto más exitoso hasta el momento: La La Land. Con 14 nominaciones al Oscar, de entre las cuales obtuvo el premio al Mejor Director, la película tuvo además una enorme aprobación entre la crítica y el público al abordar, como en Whiplash, los sacrificios que implica la fama. Pero, como las demás películas de Chazelle, La La Land es también un producto de contrabando que añade a una cinta popular una elocuencia audiovisual de la que la mayoría de los musicales carecen. La sola escena con que inicia el filme demuestra la compleja imaginación formal de Chazelle. En medio de un atolladero en Los Ángeles, un grupo de conductores sale de sus autos para bailar y cantar sobre sus sueños de fama, pero lo importante es cómo los cuatro minutos parecen filmados en una sola toma que flota entre ellos y nos va presentando nuevos personajes dentro de una secuencia que bien podría ser por sí misma una breve narración.

¿Qué esperar, entonces, de El primer hombre en la luna (2018)? Lo mismo de siempre, dicho en el mejor de los sentidos: una historia de sacrificio cuyo estilo busque nuevas posibilidades dentro de las convenciones de un género ya muy visto: el del viaje espacial. Si la reacción de la crítica internacional sirve como barómetro, parece que Chazelle nos tiene una vez más una sorpresa entre lo familiar: un contrabando estético que el espectador recibirá como un regalo.