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Fotogalería: El cine negro mexicano

Este es un fragmento del texto Cine negro mexicano de Rafael Aviña, publicado originalmente en el catálogo de la decimosegunda edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). Consulta el texto completo aquí.

 

Es evidente que el México de noche, una de las leyendas del sexenio de Miguel Alemán Valdés (1946 a 1952), funciona como metáfora de estas obras fílmicas que responden a los estímulos y a las fórmulas del relato de suspenso y el melodrama —esa ecuación de sangre, sudor y lágrimas, igual a adrenalina y a flujos sexuales— que se entrecruzan con el cine policiaco, el cine de cabaret, el relato de pobreza y arrabal, o el drama criminal, de intriga o espionaje, con resultados violentos.

Una suerte de subgénero o movimiento estético, que estiliza al máximo sus argumentos y su puesta en escena, explorando al límite sus conceptos de moralidad. Un estilo y una premisa, donde lo nocturno y lo hormonal se catapultan en una vorágine de sexo, maldad, heroísmo, muerte y predestinación fatal, cuyos destellos fulguran en la penumbra y en las sombras de una ciudad convulsa o una provincia misteriosa y solitaria.

Desde finales de los años treinta y sobre todo en los cuarenta, la radio, la historieta y el cine se trastocaron con rapidez en un intrigante espejo social. Así, notables cineastas y eficaces artesanos se foguearon en tramas criminales de bajo presupuesto a la sombra de un cine oficial y de prestigio.

En efecto, nadie mejor que David Silva, Arturo de CórdovaPedro Armendáriz, seguidos por Víctor Parra, Víctor JuncoTito Junco y más, para convertirse en herederos de los personajes duros en escenarios urbanos y expresionistas de corrupción y crimen a la manera del cine negro impuesto por Hollywood: James Cagney, Humphrey Bogart, George RaftJohn Garfield, Robert Mitchum o Dana Andrews, insertos en ambientes criminales netamente mexicanos.

Un cine negro y policiaco nacional que arrancó casi desde los albores de nuestra cinematografía con El automóvil gris (dir. Enrique Rosas) en 1919, para continuar con los universos delirantes del chileno José Bohr y el cubano Juan Orol cuyas carreras se afincaron en nuestro país con títulos como ¿Quién mató a Eva? (1934, dir. José Bohr), Luponini de Chicago (1935, dir. José Bohr); Marihuana, el monstruo verde (1936, dir. José Bohr); Mujeres sin alma (1934, dir. Juan Orol), Los misterios del hampa (1945, dir. Juan Orol) o El reino de los gángsters (1948, dir. Juan Orol).

No obstante, los primeros intentos serios para describir universos de corrupción moral, sordidez urbana y desencanto social fulguran en Mientras México duerme (1938, Alejandro Galindo). Protagonizada por Arturo de Córdova como jefe de una banda de maleantes, es el retrato de un México nocturno de alcohol, himeneo, crimen y música de cabaret. Un caso criminal real: el asesinato de un boticario en una droguería de Bucareli fue la inspiración para que Alejandro Galindo desarrollara la historia titulada originalmente Ruleteo, su primera película importante que conectaría posteriormente con Cuatro contra el mundo (1950).

El cine, el cabaret, la política, los ideales traicionados, el amor, la recuperación de la pasión perdida, la presencia del cubano Kiko Mendive, el afamado edificio Guardiola, la Casa de los Azulejos, la antigua estación de trenes de El Mexicano, una fantasmal avenida Pino Suárez en la madrugada, el increíble uso dramático de un movido boogie-woogie y la voz de Ana María González interpretando "Cada noche un amor", de Agustín Lara, enmarcan el primer clásico noir de nuestro cine: Distinto amanecer (1943, dir. Julio Bracho).

Al término del sexenio alemanista, ese cine negro hormonal y perturbador se acabó. En 1952, ya bajo el Gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, el regente de la ciudad, Ernesto P. Uruchurtu, impondría un clima de austeridad y terror moral que alcanzaría a su vez al cine de cabaret y policiaco de la época. La estimulante vida nocturna, con sus ficheras, padrotes, cabarés y criminales, los elementos de sensualidad, sangre, pavor y paranoia, e incluso el retrato de la urbe convulsa y su inquietante arquitectura cederían su paso a una época de hipocresía y moralismo.