Pasar al contenido principal

Alonso Ruizpalacios, Mario Muñoz y sus películas de policías…

Sin duda alguna la diversidad de temáticas que ofreció la sección de largometraje de ficción en la edición 19 del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) fue abrumadora. Presentó un caleidoscopio de ideas, géneros y propuestas atrayentes, actuales e inquietantes. No obstante, dos filmes de la competencia se abocaron a explorar un tópico que hoy en día cobra una relevancia brutal: la labor de la justicia, los cuerpos policiacos y su relación con una sociedad que día a día observa con más recelo el trabajo de las instituciones de seguridad.

Relato atípico, original e inclasificable es Una película de policías (2020), tercer largometraje de Alonso Ruizpalacios, en el que, al igual que en sus anteriores cintas: Güeros (2014) y Museo (2018), el cineasta, se decanta por un humor melancólico y a su vez por el drama generacional. No obstante, va más allá al permitirse jugar tanto con el espectador como con los propios géneros que aborda. Así, en concordancia con otras tantas "cintas de policías", cuyas destacadas representaciones van de las hollywoodenses: Harry, el sucio (Don Siegel, 1971) y Policías y ladrones (Aram Avakian, 1973), a las mexicanas: El patrullero (Alex Cox, 1991) o Bala mordida (Diego Muñoz, 2009), Ruizpalacios, su coguionista David Gaitán y, sobre todo, su editor, el talentoso Yibran Asuad, echan a andar un minucioso juego de espejos entre la representación de la realidad documental y la ficción. Como en los filmes citados, no faltan las persecuciones, los recorridos en patrulla, los relatos de solidaridad y humor entre parejas de policías, los entrenamientos, los abusos de la jerarquía y el contrapunto de la delincuencia.

Empero, su propuesta moral tiene ecos de dos películas opuestas: por un lado, Serpico (Sidney Lumet, 1973) al sumergirse en la corrupción del sistema policiaco mexicano, y Copia fiel (Abbas Kiarostami, 2010), en la que propone un fascinante rompecabezas argumental entre el contexto real y la invención: ¿Se trata de una pareja de actores escenificando un drama a través de un simulacro de la realidad que incluyó el inscribirse en la Academia de Policía (excepcionales Mónica del Carmen y Raúl Briones)? ¿O asistimos a la narración verdadera de una pareja, ambos policías: María Teresa Hernández y José de Jesús Rodríguez Montoya, quienes se dedican a sortear una nueva crisis cotidiana, debido a los años de vida en común, las dificultades de su profesión y el abuso de autoridad?


Y, en ambos escenarios, de un filme producido por Daniela Alatorre y Elena Fortes, actores y policías intercambian voces, actitudes, experiencias y desencuentros. Todo ello, en una ciudad de México violenta, podrida, ignorante, patética, clasista y económicamente devastada como sus instituciones de justicia, con irónicos guiños musicales como lo son los temas de Lalo Schifrin para cintas de policías de fórmula de los años setenta.

Justo al final de la citada Harry el sucio, cuya banda sonora corre a cargo de Lalo Schifrin, el personaje que encarna Clint Eastwood arroja su placa de detective en la bahía de San Francisco, como último acto de rebeldía. Algo similar urde El Macetón (Kristyan Ferrer), cuando decide lanzar a un río una pistola y una caja de balas que recibe como regalo de bienvenida para integrarse a la comandancia de policía de la imaginaria Paracuán, una importante y corrupta localidad petrolera en el Golfo de México, en el desenlace de la sombría Los minutos negros (2021), de Mario Muñoz.

En ella, el cineasta, se reapropia de varios personajes y tramas de la eficaz novela homónima de Martín Solares, adaptada por ambos, para construir una suerte de neo noir tropical que reproduce y homenajea, asimismo, el cine policiaco setentero; es decir, el de Clint Eastwood y Charles Bronson y, al mismo tiempo, de Jorge Luke y Pedro Armendáriz Jr., y de los realizadores: Toni Sbert, Alfredo Gurrola y Arturo Ripstein, por cuyas venas circulan acción, suspenso, crimen, honestidad, traición, sangre, podredumbre y chantaje político que se entremezclan de manera pegajosa.

A finales de los años setenta, Ramón Cabrera Macetón, se incorpora de manera azarosa como ayudante del idealista Vicente Rangel (Leonardo Ortizgris, en el mejor papel de su carrera), un exmúsico de la agrupación de Rigo Tovar, trastocado en policía y empeñado en impartir justicia en el caso del Chacal, un psicópata y asesino en serie de niñas. Ramón será testigo de la lucha de poderes dentro de la comandancia entre Rangel y El Travolta (Carlos Aragón), un oscuro agente que busca enterrar la verdad sobre el asesino para beneficio personal y en donde intervienen otros personajes inquietantes como: Romero (Enrique Arreola) y Calatrava (Mauricio Isaac), todos excepcionales.

Los minutos negros resulta una refrescante y grata sorpresa, apoyada a su vez en un eficaz montaje (Francisco Guerrero), dirección de arte (Ivonne Fuentes), diseño sonoro (Enrique Greiner) y una atmosférica banda sonora, tal vez la mejor en la historia de nuestro cine, a cargo de Diego Benlliure y Juan Andrés Vergara. Se trata de un potente thriller negro, nostálgico y desesperanzador, realizado con gran sentido y conocimiento del género por Mario Muñoz, responsable de aquel otro relato de suspenso policial: Bajo la sal (2008), que incide a su vez en los abismos emocionales y nihilistas que el propio género desprende.