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Inner Realities/Outer Spaces in New German Cinema


Este texto fue publicado originalmente en la gaceta de Berlinale Talents en febrero de 2015.

A finales de los sesenta algo sucedió en Alemania. Al sonido del celuloide en revolución y bajo la luz convertida en narrativas que pueden entretener o cambiar la percepción que sus espectadores tienen del mundo y de sí mismos. Era el Nuevo cine alemán. Sus ecos se escucharon en la 65ª Berlinale, donde los miembros más importantes del grupo, Wim Wenders y Werner Herzog, estrenaron sus nuevos filmes en competencia. Wenders fue honrado con un Oso de Oro honorario, una retrospectiva y una clase magistral que dio a los jóvenes cineastas seleccionados para Berlinale Talents. El espacio fue el tema principal de este encuentro con la próxima generación de profesionales creativos y es la conexión esencial entre estos legendarios cineastas alemanes.

El espacio también está fuertemente relacionado con el Nuevo cine alemán. Derivado de la necesidad de encontrar un sentido en las tragedias de los cuarenta que el país aún resentía, esta corriente cinematográfica estaba desesperada por examinar la locura, la vergüenza y la derrota experimentada por el pueblo alemán durante dos guerras mundiales; ambas iniciadas y perdidas por la trampa más recurrente de al sinrazón: la fe. La crítica, la máxima expresión de la mente racional, tuvo que confrontar la pasión y el resentimiento para esculpir una nueva nación con las cenizas del pasado que aún se respiraban. Tenía que crear un nuevo espacio alemán.

Los alemanes encontraron en El tambor de hojalata, del novelista Günter Grass, la expiación con su pasado imperialista y una oportunidad de seguir adelante. En la novela de Heinrich Böll El payaso se recrearon las divisiones entre Oriente y Occidente, izquierda y derecha, catolicismo y protestantismo, para mostrar la necesidad de una identidad en común. El cine también tenía que encarar estos temas y jóvenes directores como Rainer Werner Fassbinder, Volker Schlöndorff, Margarethe von Trotta y Harun Farocki decidieron hallar la unidad en medio de la polarización de su país. Entre ellos estaban Herzog y Wenders, que, mediante su exploración del espacio y el movimiento, crearían dos de las filmografías más emocionantes en la historia. Ambos estaban fascinados desde el comienzo de sus carreras por la idea del viaje como una forma de expandir el alma. Decidieron explorar, redimir y engrandecer el espíritu alemán en carreteras, el extranjero y paisajes exóticos.

Wenders y Herzog parecían combatir el nacionalismo del pasado al situar sus películas en otros países y al infundir un pensamiento foráneo en sus personajes. Muchos de los filmes de Wenders encuentran irresistible el mencionar a Estados Unidos y sus extraños íconos: la música, las estrellas de rock, la excentricidad del sistema de Hollywood y la resistencia de sus rebeldes. Los directores Sam Fuller y Douglas Sirk harían apariciones especiales en las cintas de Wenders. 

Los reyes del camino (1975, dir. Wim Wenders) Kings of the Road (1975, dir. Wim Wenders)

Despite its German peculiarities, Wenders’ cinema reflects on the beauty of everyday life. There is a scene in Kings of the Road in which Philip defecates in the open. Neither humorous nor disgusting, it shows man reunited with nature like any other creature. This universality might be the reason why his latest film, Every Thing Will Be Fine (Germany, Canada, Norway, France, Sweden), which premiered in this year’s Berlinale Competition, features three women from different nationalities in an unspecified town. The German space has been expanded, transcended; nations vanish when their wounded societies heal and join others in a grand communion.

Similarly to Wenders, a phrase from Queen of the Desert, Herzog’s latest film, is revealing of his approach to space: Gertrude Bell, played by Nicole Kidman, says: “The deeper I go into this labyrinth, the deeper I go into myself”. Herzog’s characters often dissolve into the background, like the protagonist of Stroszeck (1976), whose face, and a shot of his trailer home being towed away, captures the disillusion of a stranger in a strange land. The outlandishness of these worlds estranges Herzog’s characters from themselves and either helps them form a stronger personality, like in Gertrude Bell’s case, or reinforces the thoughts that will destroy them.

Although rarely concerned with addressing contemporary German issues like Wenders, Herzog’s debut, Sings of Life, captures a fascinating moment of realization and regret about joining the German army during World War II. A young soldier is watching the windmills spinning on the Greek plains; like a modern Quixote he starts shooting them making manifest his madness. The landscape stimulates and stages his mutilated psyche just like the jungle has trapped the protagonist by the ending of Aguirre, the Wrath of God. Played by the extraordinary Klaus Kinski, the treacherous, ambitious, and destructive Lope de Aguirre leads an expedition to a city of gold into disaster. With the jungle as his witness and a reflection of his psyche, Aguirre declares himself the Wrath of God to a group of disinterested monkeys, his only subjects left alive.

The worlds in which these characters walk, come not but from themselves, like in Wallace Steven’s poem “Tea at the Palaz of Hoon”. There they strive to find an otherness that will allow them to contemplate their inner selves, or, in the tragic cases, it helps the audience understand the fall that awaits them. Whatever their end, the space they exist in makes them find themselves “more truly and more strange”.